Eduardo va al cine

No sé muy bien como Eduardo se volvió fan de Toy Story, y en especial de Buzz Lightyear, a quién le dice siempre ¡Buzz!. Ocurrío antes de que viera las películas, creo que de ver el material promocional de Toy Story 3. Durante semanas, siempre que pasabamos por enfrente del cine que está cruzando la calle, Eduardo se acercaba a los pósteres, señalaba el de Toy Story 3 y gritaba ¡Buzz!. La primera que pasamos por ahí después de que quitaran el póster, recorrió la hilera de pósteres, frunció el ceño y dijo ¿Buzz?. Se emocionaba cuando veía los trailers en la tele y le gustó mucho mucho ver la primer película. Y se fija en los detalles: cuando vió este póster también dijo ¡Buzz!:

Toy Story 3 poster

Si fuera otra clase de papá estaría emocionado o preocupado de que Eduardo se vuelva tipógrafo de grande.

Decidimos, pues, llevarlo al cine a ver Toy Story 3. Fue todo un éxito: Eduardo se impacientó durante los interminables comerciales previos a la película, pero en cuanto empezó gritó ¡Buzz!, se acomodó en su asiento y estuvo absorto hasta el final. Es cierto que durante algunas escenas se veía… no espantando precisamente, pero un poco nervioso; pero nunca nos pidió que lo sacaramos de la sala, ni dejó de ver la pantalla, ni lloró (cosa que no puedo decir de su papá). Salimos los tres muy satisfechos.

Bélgica se gobierna sola

Mi amigo Bruce es ciudadano de Bélgica –a pesar de haber nacido en Canadá y haber vivido aquí la mayor parte de vida– porque sus papás son belgas. Me lo topé en la calle ayer y me contó que iba a votar hoy (creo) en las elecciones de Bélgica, en el consulado belga en Toronto (que por cierto está a una cuadra de donde vivo). Lo que me platicó me pareció sorprendente: el gobierno belga se disolvió ¡hace un mes! Cuando el gobierno se disuelve, el partido que tenía el poder tiene la opción de volver a formar un gobierno como parte de una coalición, pero al parecer está vez se ve tan difícil que eso ocurra que simplemente decidieron convocar una elección. La decisión es prudente: la última vez que se pasó esto Bélgica se quedó sin gobierno durante tres meses.

Los papás de Bruce están un poco molestos por la logística de la elección. Ellos viven ahora en Canadá y se registraron para votar en las elecciones belgas por correo. Las boletas les llegaron a ellos apenas el jueves pasado y tienen que regresar a Bélgica el domingo. Las reglas son, por decirlo de algún modo, imprácticas: tienen que enviar las boletas por el servicio postal regular, no pueden utilizar servicios de paquetería que las entregarían mucho antes; si su boleta llega tarde, los multan; no hay consulado belga en donde viven –London, Ontario– y aunque hubiera eso no ayudaría: el estar registrados para votar por correo les prohibe votar en el consulado.

Le dije a Bruce que si a mi me pusieran tantas trabas, simplemente no votaría. Me contestó que en Bélgica votar es obligatorio y que a los belgas que viven fuera de Bélgica que dejan de votar en varias elecciones seguidas ¡les quitan la ciudadanía!

Pero toda está locura me parece que vale la pena si es que de alguna manera es necesaria para producir maravillas como la Rochefort 10.

Cambiando puerco por frijoles

Como escribí en la entrada anterior, nos vamos de Toronto. Vamos a cambiar puerco por frijoles: vamos de Hogtown a Beantown.

En los 1860 Toronto, lo que había de Toronto en ese tiempo, tenía la segunda mayor planta de procesamiento de carne de puerco del continente. La William Davies Company, fundada por un inmigrante inglés que empezó vendiendo jamón en el mercardo de St. Lawrence (un mercado excelente con una página web horrible), empacaba y distribuía millones de kilos de productos porcinos. En aquella época, anterior a la refrigeración (!) los productos de carne se solían empacar en salmuera; William Davies empezó a usar refrigeradores a principios del siglo 20. Para entonces ya había expandido su empresa: ya procesaba la carne y hasta tenía mataderos enormes. La abundancia de puerco y la escasez de creatividad le dieron a Toronto el apodo Hogtown.

Beantown se refiere a Boston. El nombre viene de la época colonial, cuando uno de los platillos favoritos de los Bostonianos eran frijoles horneados con melaza. En aquellos tiempos, Boston tenía mucha melaza porque participaba en el triángulo de la esclavitud: esclavos en el Caribe cultivaban caña que se transportaba a Boston donde hacían con ella melaza y, de la melaza, ron; el ron se llevaba al oeste de África para comprar más esclavos. Incluso después de que se terminaran esas prácticas atroces, Boston siguió produciendo y por eso seguía inundado de melasa, a veces literalmente como durante el fabuloso Desastre de Melasa en Boston, en el que un torrente de melaza asesina fluyó por las calles a una velocidad estimada de 56 km/h matando a 21 personas.

Una vez ví en el programa del bostoniano Conan O’Brien a Kevin Pollak haciendo una excelente imitación de Christopher Walken. Walken, según Pollak, decía que el monstruo de Frankenstein nunca le dió miedo porque se mueve demasiado lento. Y Walken tiene razón, o al menos la tendría si él hubiera dicho eso y no Kevin Pollak imitándolo. Saber todo esto me tranquiliza enormemente porque siempre me asustó más la melaza que el monstruo de Frankenstein y solo hasta ahora que sé porque: la velocidad. Fue un verdadero alivio sentir que lo que yo creía era una fobia mía, realmente es una preocupación completamente racional.

Todo esto es para explicar que no tengo idea de porqué el apodo de Boston no es Mollassesville en lugar del anodino Beantown…

Y mentí un poco: no nos vamos estríctamente a Boston, sino a Cambridge, una ciudad pequeña separada de Boston por el río Charles y famosa por albergar dos excelentes universidades –Harvard y MIT– pero que hasta donde yo se, no tiene apodos pintorescos. Como dije en la entrada anterior, quizá sea una locura cambiar de escuela cuando ya llevo varios años aquí, pero acabé interesado en áreas que no se estudian aquí en Toronto y mi asesor me aconsejo que me cambiara a Harvard. La única desventaja que le veo al asunto es que me voy a tardar más de lo normal en terminar, pero eso es algo con lo que ya tengo experiencia…

Adios Toronto, nos trataste bien

Después de cuidadosa deliberación he decidido abandonar el doctorado en matemáticas en la Universidad de Toronto. Mi asesor no solo está de acuerdo, sino que el me lo propuso. Podrá parecer una locura, pero creo que tiene razón.

Adios Toronto, nos trataste bien. Nos llevamos no solo gratos recuerdos, sino también el mejor souvenir: un hermoso torontoniano de 2 años.

La ciencia y los números enormes

Scott Aaronson tiene una entrada simpática en su blog sobre números grandes. Mi parte favorita argumenta que ¡solo necesitamos ciencia porque somos malos para percibir números grandes!

Se podría definir la ciencia como los intentos de la razón por compensar nuestra incapacidad de percibir números grandes. Si pudiéramos correr a 280,000,000 metros por segundo, no habría necesidad de la teoría de la relatividad: sería obvio para todos que entre más rápido vamos, más pesados y chaparros nos ponemos. Si viviéramos 70,000,000 de años, no habría teoría de la evolución, y ciertamente no habría creacionismo: podríamos observar el proceso de formación de nuevas especies y la adaptación con nuestros propios ojos, en lugar de laboriosamente reconstruir los eventos a partir de la evidencia de los fósiles y el ADN. Si pudiéramos hornear pan a 20,000,000 de grados Kelvin, la fusión nuclear no sería conocimiento esotérico de los físicos, sino cosa de todos los días. Pero no podemos hace ninguna de estas cosas y por eso tenemos la ciencia, para deducir cosas sobre lo gigantesco que nuestros infinitesimales sentidos no alcanzan a percibir. Si la gente le teme a los números grandes, ¿debería sorprendernos que también le teman a la ciencia y que busquen consuelo en la pequeñez del misticismo?

¿Pero realmente le tiene miedo la gente a los números grandes? Seguro que sí. He conocido a gente que no sabe la diferencia entre un millón y un billón y no les importa. Jugamos loterías con «seis formas de ganar» ignorando las veinte millones de formas de perder. Bostezamos ante las seis mil millones de tonelados de dióxido de carbono que agregamos a la atmósfera cada año y hablamos de «desarrollo sustentable» mientras estamos en las fauces de un crecimiento exponencial. Casos como estos me parece que transcienden la ignorancia aritmética y representan una falta de voluntad básica por parte de la gente a lidiar con lo inmenso.

Facebook IRL

Recibí hoy muchas felicitaciones por mi cumpleaños, bastante más de lo usual. Incluso más de lo usual para días que, como hoy, de hecho son mi cumpleaños.

La mayor parte las recibí a través de Facebook, y varias de éstas incluían peticiones de informes sobre mi vida o, como realmente lo redactaron, de que diera «señales de vida».

Dado que escribo cada tres o cuatro meses en este blog y no parece contar, me imagino que ya empezó la nueva era y me quedé atrás. Ahora, ya no estoy vivo si no participo en Facebook.

Y, aunque me uní hace meses, no participo.

El problema es que para algunas cosas soy anticuado y prefiero hacerlas IRL (in real life, para los que no sean veteranos de los MUDs (MultiUser Dungeons, para los que no sean veteranos de los MUDs (MultiUser …))).

Por ejemplo, una vez mi cuñada Libertad me vió disponiendo, en columnas ordenadas, naipes sobre una mesa. Después de observar con atención durante un par de minutos me dijo: «¿Eso es como solitario, no?».

No «es solitario», sino «como solitario». Y Libertad es solo 3 años menor que yo.

«Deberías de verme jugar buscaminas», le dije.

Con Facebook hago lo mismo: desde que me uní, cargo un palo con el que pico las costillas de mis amigos. Cuando paso por sus casas, les dejo mensajes breves en la pared. Ocasionalmente incluyo con el mensaje un videocassette betamax con un cortometraje simpático sobre una ardilla bebé fascinada por una máquina de escribir o algo del estilo. Incluyo con el video, un sobre con timbres ya pegados y mi dirección escrita donde va el destinatario. Dentro del sobre dejo varias estrellitas amarillas y una tarjeta con instrucciones indicando que le peguen de 0 a 5 de las estrellas y la depositen en el correo.

Hasta la fecha no he recibido ninguna de las tarjetas. Me tiene tan decepcionado que ni he recortando las estrellitas para enviar con mi más reciente video. Mis amigos nunca se van a enterar de lo que se animaron a hacer esas dos muchachas con un vaso mientras las filmaba. No me lo explico, pero tengo la impresión de que saber que el video se distribuiría en betamax las desinhibió mucho.

Actualizaciones automáticas

¡Ya quiero que hable Eduardo! Ya, por favor, estoy reimpaciente. Con un niño pequeño tiene uno muchas ocasiones de conocer a papás de otros niños pequeños y platicar, invariablemente sobre los niños. A todos los papás que he conocido recientemente les digo que ya quiero que Eduardo hable –debo estar pensando mucho en eso subconcientemente.

El software de los bebés se actualiza automáticamente: de pronto saben hacer cosas que no sabían hacer el día anterior. Como con el software para computadoras, la mayor parte de las actualizaciones no ameritan cambiar el número principal de la versión. Muchas, sobre todo cuando el bebé está aprendiendo a caminar, son solo para mejor la estabilidad del sistema o para arreglar algún fallo de seguridad. Estos cambios solo modifican el tercer dígito de la versión, como pasar de 1.2.3 a 1.2.4.

Otras actualizaciones introducen habilidades genuinamente nuevas pero no emocionan a los usuarios papás. Hace unos días, por ejemplo, Eduardo caminó hacia atrás como si nada. Nunca antes lo había hecho y no creo que lo hubiera siquiera intentado, al menos nada que lo ví hacer me pareció que fuera un intento.

Pero caminar hacia atrás es pasar de la versión 1.3 a la 1.4 cuando mucho; cuando Eduardo hable se volverá Eduardo 2.0, y espero ansioso la ocasión.

Mientras tanto, claro, debo decir que el software actual está perfectamente utilizable. Incluso  las capacidades de comunicación son decentes ahora, pero nada como están planeadas para alrededor de la versión 2.6, ¡que incluye enunciados de dos o tres palabras!

NeXT y Mathematica hace veinte años

Anoche que estuve platicando con Canek, me enseñó un video de Steve Jobs presentando el sistema operativo NeXTSTEP 3 de las computadoras NeXT. Tenía años que yo no había pensado en esas computadoras y me puse a contarle a Canek mis recuerdos al respecto. Canek, que tenía bastante sueño, me juró que no lo estaba aburriendo (sin que yo le preguntara e incluso, sin haber sospechado, antes de que él lo mencionara, que lo estaba aburriendo) y me pidió que le dejara de platicar por Messenger y mejor pusiera la anécdota en mi blog, donde sería más fácil para él ignorarla sin que yo me diera cuenta.

Decidí hacerle caso porque (1) se fue a dormir y (2) tiene mucho tiempo que no escribo una entrada; tal vez tener una que no tenía intención de escribir me empuje a conseguirme una de esas valiosas intenciones y escribir otra entrada.

Las NeXT eran unas computadoras fabulosas, adelantadas a su época, que salieron a finales de los ochenta y principios de los noventa. La compañía NeXT la fundó Steve Jobs cuando lo corrieron (u obligaron a renunciar, más precisamente) de Apple. (Años después Apple compró NeXT y Jobs volvió a trabajar para Apple.) Conocí las NeXT en Torreón, hace unos 20 años, en el Tecnológico de Monterrey Campus Laguna, donde mi papá se veía obligado a trabajar por las duras circunstancias económicas. No creo que comprar las NeXT haya sido una gran inversión para el Tec, tengo la impresión de que no las usaban mucho y de que, de hecho, no las sabían usar muy bien. Un día en una especie de feria que hacen en la cual presumen las instalaciones a los potenciales alumnos (tal vez más bien a sus papás), al ver como batallaba el tipo encargado de mostrar la NeXT le ofrecí ayuda, y acabé dando una demostración de su uso durante un par de horas. En mercadotecnia no son tan malos en el Tec: pronto empezaron a decirle a los espectadores que habían comprado computadoras tan avanzadas que hasta un niño podía usarlas.

El programa que yo más usaba en la NeXT era Mathematica, un programa para realizar cálculos matemáticos bastante conocido. Me sorprendió mucho darme cuenta anoche que llevo cerca de veinte años usando Mathematica.

No sé para que lo habré usado en aquel entonces; no puede haber sido para algo muy interesante dado que no sabía muchas matemáticas, pero recuerdo haber pasado horas frente a la NeXT usando Mathematica. Ciertamente me impresionó poder hacer cuentas con enteros muy muy grandes (fue el primer lenguaje de programación que conocí que lo hace cómodo). Recuerdo que una vez, tratando de ver que tanto podía hacer Mathematica, quise calcular el primo número 105,000,000. Accidentalmente pedí el primo número 105,000,000! (¡factorial!). La NeXT respondió, después de unos minutos, con una ventana que decía «You killed the system!», en un tamaño de letra modesto para tan dramática acusación.

En esos años teníamos una computadora 286 en la casa, y probablemente no podía correr Mathematica. Ciertamente no tuve Mathematica en casa hasta varios años después, cuando teníamos una 486, vivíamos en Ciudad Juárez y yo estaba en la secundaria. Recuerdo mucho más acerca de que cosas hacía con Mathematica en esos años. Recuerdo haber escrito un programa que jugaba gato y un programa que podía resolver los problemas de edades del Baldor de Álgebra (esos del estilo de «Juan hace tres años tenía la mitad de la edad de José y dentro de cuatro años tendrá cinco años menos que el doble de la edad de Rosita quien el año pasado tenía …»).

También recuerdo una ocasión en la que me encargaron de tarea en la clase de matemáticas (probablemente en segundo año de la secundaria) resolver una lista de cincuenta (cincuenta, carajo) sistemas de ecuaciones lineales de dos ecuaciones con dos incógnitas. Cada sistema había que resolverlo tres veces, usando cada uno de Los Tres Métodos: sustitución, suma y resta, y el método gráfico. No me siento muy seguro de los nombres de los tres métodos, pero definitivamente eran (1) despejar una incógnita de la primer ecuación y sustituir en la segunda, (2) eliminar una incóngita tomando una combinación lineal de las dos ecuaciones y (3) graficar ambas rectas y marcar con otro color el punto de intersección. (Me da ternura recordar lo que enseñaban de matemáticas en la secundaria. Mi ejemplo favorito son las Tres Leyes del Coseno: ¡una por cada lado! Y había otras tres con los ángulos despejados, las Tres Leyes del Coseno para Calcular los Ángulos.)

Me daba muchísima flojera resolver por Los Tres Métodos un sistema de ecuaciones, no se diga cincuenta, así que decidí hacer un programa que lo hiciera por mí. Al maestro le pedí permiso de entregar la tarea «a máquina», desde luego, sin mencionar que pensaba automatizar su factura. Realmente había algo que programar porque aunque Mathematica puede resolver sistemas de ecuaciones (y mucho más complicados que los de la secundaria) con una sola instrucción, mi tarea tenía que incluir Todos Los Pasos. Pasé un buen rato depurando mi programa, enseñándole a la computadora que cuando un término es exactamente cero se ve idiota escribir que lo pasas restando, que se ve igualmente idiota decir que pasas 1 dividiendo, etc.

Teniendo solo una impresora en blanco y negro, no pude automatizar lo de marcar el punto de intersección en otro color…

Mi mamá se preocupó un poco por mi educación al ver como hice la tarea. Pensó que al brincarme la talacha iba a perderme del beneficio que la tarea estaba diseñada para darme. Afortunadamente para mí, mi papá me defendió explicando que solo es posible escribir un programa que resuelva las ecuaciones paso a paso si entiendes muy bien el procedimiento. (Este argumento solo explica porque no hacer tanta talacha no me evitaba entender Los Tres Métodos, pero deja de lado los potenciales otros beneficios que resolver 50 sistemas de ecuaciones tres veces cada uno pueda tener en la formación de los jovenes. Afortunadamente mi mamá no reparó en esto.) Ahora estoy de acuerdo con lo que dijo, pero en aquél entonces probablemente no tenía opinión al respecto, solo sabía que era muchísimo más divertido programarlo que hacerlo a mano.