¿Roberto sí podrá?

Sobre Insurgentes hoy ví un anuncio de la campaña presidencial de Roberto Madrazo. Tenía una fotografía de Madrazo rodeado de una docena de personas respetables, cuerdas y sonrientes. En la esquina del anuncio leí:

Cero secuestros
Roberto sí puede

¿Esto cambiará una sola opinión sobre Madrazo? ¿Algo tan obviamente falso? ¿Realmente esperan que yo crea que Madrazo puede aguantar 6 años sin mandar secuestrar una sola persona?

Ofertas de Hollywood para el Niñopa

Platiqué con Luis Miguel (no, ése no) hace unos días usando un sistema popular de mensajeo instantáneo. Fue afortunado que nuestra plática fuera por computadora: así, pude guardar una copia. Hablamos exclusivamente de las entradas recientes de mi blog y no parecía que le hubieran disgustado en mayor medida. Mi sicólogo (el tercero que veo, el primero al que me animo a hablarle) me recomendó que memorizara todas las conversaciones halagüeñas (es decir, no insultantes: en mi situación tomas lo que puedas) y que las repasara cuando llegaran los ataques de inseguridad. Normalmente tomo notas cuando hay indicios de que una conversación podría tornarse no insultante, pero en caso de que sea por escrito, felizmente no hay necesidad.

Por si eso no fuera suficiente para guardar la conversación, Luis Miguel propuso varias películas más para el Niñopa (ver esta entrada) y no dejó un comentario describiéndolas en el blog. Creo que ustedes apreciarían las ideas de Luis Miguel. Creo que leerlas aquí les gustaría y que estarían un poco agradecidos conmigo por ponerlas. Mi sicólogo dice que no dude en hacer cositas para caerle bien a la gente, que me deje de preguntar si es válido hacerlas sólo para caer bien, y sobre todo, que se lo deje de preguntar a él.

He aquí un fragmento de la conversación que tuve con Luis Miguel, fuertemente editada para proteger la identidad (y cantidad) de los errores que cometí ese día.

Luis Miguel: ¿Y qué tal una versión Almodóvar del Niñopa?

Omar: ¿Cómo te la imaginas?

Luis Miguel: Los mayordomos deciden divorciarse y se combaten uno al otro para quedarse con la tutela del Niñopa. Todo termina con una discusión muy confusa donde participan el párroco, los mayordomos (nuevos y viejos), Martha Sahagún, dos travestis y el personaje de Marisa Paredes.

Omar (riéndose): El personaje de Marisa Paredes.

Luis Miguel: ¡Claro, podría ser la abogada!
Luis Miguel (después de unos instantes de reflexión): ¿O una versión Lynch? ¿En la que el año empieza y termina en la misma ceremonia del Niñopa?
Luis Miguel (implorando con sinceridad): ¡No había visto el comentario de Julio antes de involucrar a Martha Sahagún!
Luis Miguel (retomando su hilo previo): ¿Que tal la versión Craven? Los mayordomos comienzan a morir uno por uno… Al final se descubre que el Niñopa los mata en sus pesadillas…

Omar (confundido): ¿Las pesadillas del Niñopa?

Luis Miguel (ignorando la pregunta): ¿O una versión con Meg Ryan y Tom Hanks, donde están separados y tienen que volver a vivir juntos porque les toca la mayordomía?

Omar: No, tendrían que conocerse por el Niñopa…

Luis Miguel: Claro… Esa sería una mejor historia: se conocen en un cambio de mayordomía, y por un error inexplicable la solicitan juntos. Pero se pierden en la multitud… Tom Hanks tiene que buscarla por todo Xochimilco para casarse con ella y cuidar al Niñopa…

Omar:
Sí, eso es más el estilo.

Luis Miguel: Al final, terminan casándose en una trajinera. Y el Niñopa… no importa. La versión de los que están separados y tienen que vivir juntos de nuevo podría filmarla Woody Allen… Sería padre, no? Con Diane Keaton…

Omar:
Sí.

Luis Miguel: 30 minutos de monólogo neurótico sobre el Niñopa, con el terapeuta…

Omar (recordando su sesión del martes pasado):
«Es horrible ser niño y tener que competir con él… Digo, es de madera y es el favorito… Me sentí asserín…»

Versos para el Charo

Ordenando una pila de libros, cuadernos y cosas que solo descubriría durante la ordenación, descubrí una libreta que regalaron a todo el personal académico de la facultad, posiblemente de toda la universidad. Soy despistado para cobrar -no especialmente al cobrar, más bien como en todo- y, por cobrar tarde, esa vez me tocó el peor color: algo entre amarillo y verde, ambos fosforescentes. Tratando de sacar el mejor partido posible de la libreta decidí llenarla de poemas. Resultó que el horrible color de la portada era augurio y hoy que la hojée hasta Lars Gómez se burló de mí.

Pero uno de los poemas me hizo notar que extraño al Charo. Lo escribí para él como resultado de una conversación que no recuerdo en la que alguno acuñó (¿citó?) la frase «anhelo de vientre». Espero que el Charo, como yo cuando me conviene, crea que la intención es la que cuenta.

Jonás

Nadie más dichoso y regresivo
que Jonás – lo envidiemos los demás
porque sólo él tendrá lo que jamás
mencionamos por un tabú nocivo:

Rumoran que Jonás será quien entre;
cumplirá destino tan exótico:
los sueños húmedos de amniótico,
satisfará el gran anhelo de vientre.

La Papisa Juana

Un mito popular cuenta de una mujer que, hacíendose pasar por hombre, fue nombrada Papa. Su engaño no fue descubierto hasta el desafortunado día en el que el Papa parió a media procesión. Naturalmente, la Papisa murió apedreada como consecuencia. Enterrada donde fue descubierta, no participó en la honra de descansar eternamente con sus colegas Pontífices y su nombre no fue añadido a lista de Sacros Papas.

Se dice también que desde entonces la Iglesia Católica se cerciora del sexo de los candidatos al papado antes de nombrarlos. Lo que sigue es mi versión de este mito.

Si entiendo bien, el catolicismo no considera iguales al hombre y a la mujer. Dios creo de manera directa solo al hombre y esto pareciera ponerlo más cerca de Él. De aquí que resulte más conveniente a los católicos que el Papa sea hombre.

Los primeros católicos tenían una comprensión intuitiva de esta situación y nunca agredieron el orden natural de las cosas intentando poner a una mujer en la silla máxima. Con los siglos la lección, que tan clara había sido al inicio, se fue olvidando. Esto hizo posible que a mediados del siglo IX, Joan, una mujer inglesa, se atreviera a codiciar la silla papal.

Su extensa e impresionante cultura permitió que sucesivamente y siempre disfrazada de hombre, se educara en Ciencias en Atenas, enseñara el Trivium (Gramática, Retórica y Dialéctica, creo) en Roma, se volviera Cardenal y finalmente Papa: Juan VIII.

Al parecer su papado fue sabio y prudente y sobre todo, regular; nada delataba que Joan vivía una de las más atrevidas mentiras jamás concebidas. Tal vez nunca se hubiera sabido la verdad si no hubiera tenido la mala suerte de entrar en labor de parto en el camino de San Pedro a Letrán. ¿Fue realmente mala suerte o fue Dios confirmando su preferencia por los hombres?

No lo sabremos pues a los mortales nos es vedado conocer la voluntad del Señor. Lo que sabemos es que los feligreses que acompañaban la procesión, furiosos por el parto, amarraron a Joan a una carreta y la apedrearon hasta la muerte – y mientras su coraje daba para más, las pedradas no, ¿o qué hombre, qué mujer con su brazo podría interferir en los asuntos celestiales?

En la Iglesia Católica se había olvidado que seleccionar un hombre como Papa era mera conveniencia (por su mayor cercanía a Dios) y ahora se consideraba regla inviolable. Solo que no tan tan inviolable como hábilmente demostró la inglesa enviada de Satanás. Hacían falta precauciones.

La pregunta era simple: ¿cómo saber si una persona era hombre o mujer? Al lector podrá parecerle una cuestión trivial, pero debe recordar que hablamos del siglo IX y la medicina no había alcanzado entonces el grado de sofisticación que tiene en nuestro días. Aunado a eso está el simple detalle de que los cardenales -quienes debían diseñar la prueba- estaban entre la gente de su tiempo con menor conocimiento del sexo femenino.

La primera sugerencia fue que la ropa distinguiría a las mujeres. Se acordó inspeccionar la ropa de cualquier candidato al Papado y se levantó la sesión con el fin de cazar faisanes antes que fallara el sol. Unos días después alguien recordó que con Joan esta prueba habría fallado por el ingenio de su disfraz. Se acordó desacordar lo acordado, y una vez acordado eso se acordó rediseñar la prueba y reacordarla.

Consultaron los cardenales con sabios reconocidos, consideraron y rechazaron propuestas basadas en la estatura, el grosor de la voz y la aversión por las ratas, entre otras. Finalmente un estudioso con lenguaje más técnico que los otros los convenció de una prueba basada en la distinción entre la resistencias potencial y actual del éter al movimiento corpóreo. Los cardenales, modestos siempre, dudaron en encontrar peros en lo que no entendían.

Esa prueba duró vigente siglo y medio, hasta que se descubrió al Papa Presunto Quinto en cama con un monaguillo. La mucama, laica y experimentada, dió testimonio aceptado (si no del todo comprendido) por el colegio de cardenales indicando que el Papa era mujer.

Los cardenales de entonces, como 154 antes sus predecesores, necesitaban un criterio simple para distinguir hombres de mujeres. Ahora, gracias al testimonio de la mucama, sabían que la clave estaba en los genitales.

Entró en escena, entonces, el sabio Fray Josefino de la Pompa y Circunstancia, respetado hombre docto que había alcanzado la cumbre de la sabiduría del medioevo. Entre muchas revoluciones intelectuales que inició destaca una en torno a una reinterpretación de un viejo dicho: el fuego purifica. Señalando pasajes relevantes de numerosos sabios de la antigüedad desde Aristófanes hasta Aristóteles pasando por Aristónides, produjo la teoría según la cual la acepción común de purificar, escencialmente «reducción de pecado y acercamiento a Dios», no era la correcta. Decía Fray Josefino que debemos entender purificar como «remover obstáculos a la comprensión de la verdadera naturaleza o, en algunos casos, la exacerbación o extremación de dicha naturaleza».

La prueba no podía ser más simple. Un hoyo en la silla prepapal permite introducir una antorcha y el fuego decide: quema blanco el hombre, preferido de Dios, y negro, la intrusa, la mujer.

Un chilango en Xochimilco

El 2 de febrero, día de la Candelaria, fuí a Xochimilco con Paola y su mamá. (Paola es mi esposa – lo digo porque sé que al menos un lector no la conoce.) Durante media docena de horas fui un chilango en Xochimilco.

No me tienen que decir que Xochimilco es parte del D.F., solo tienen que convencerme de ello. Fuimos a observar el cambio de mayordomía del Niñopa y juro que quien haya visto ese espectáculo sabrá por qué me sentí fuereño.

Aunque muchos habrán oído mencionar al Niñopa, podría haber más como yo que de él solo sabían su nombre y ubicación. Para ellos doy unos cuantos detalles (que espero -pero no juro- haber entendido y recordado correctamente):

«Niñopa» (alternativamente, «Niñopan») significa «niño del lugar». Nombra a una figura del Niño Jesús tallado en madera durante el siglo XVI por artesanos indígenas Xochimilcas en los talleres del Convento de San Bernardino de Siena. Durante generaciones el Niñopa fue cuidado por la familia del cacique para cuya capilla se comisionó la figura. Con el tiempo, el cuidado del Niñopa pasó a la comunidad con el sistema de mayordomías. Esto ocurrió hace más de 200 años.

Cada año a una familia le es otorgada la mayordomía del Niñopa. Del 2 de febrero de ese año al 2 de febrero del siguiente, dicha familia debe cuidar del Niño. Debe asegurar que esté en casa todos los días a las ocho de la noche. Debe acompañarlo en todas sus salidas: algunas a casas de devotos que lo solicitan, algunas a las festividades de los pueblos que forman Xochimilco. Debe asegurar que descance cada domingo, días en los que no puede salir o recibir visitas. Debe vestir y alimentar al Niño con ropas y viandas que sean de su agrado. Se dice que el Niñopa no deja lugar a dudas cuando algo no le gusta.

Los mayordomos gastan grandes cantidades de dinero en sus cuidados (que incluyen, por ejemplo, dar de comer a cualquiera que vaya a la fiesta de inicio de su mayordomía). Entre flores, ropa, fiestas y de más gastan al menos 60 mil pesos en su año. Además, como el Niñopa emprende numerosos viajes, escoltado siempre, ya se dijo, por su mayordomo, éste no puede trabajar en todo el año. Desde luego, el honor es tan grande como el sacrificio.

Las mayordomías están asignadas hasta el año 2035 – al menos. En el pasado, hubo quien esperó 50 años ser mayordomo. En la lista actual, hay una pareja de casados de 19 años que tendrán cerca de 60 años cuando sean mayordomos.

Tal vez, especulo ateo y cínico, por la demanda de mayordomías del Niñopa han surgido otros Niños Dios venerados con un sistema similar. El Niño de Belén y el Niño de San Cristóbal parecen ser los más populares.

Me parece maravilloso y, debo confesar, díficil de creer, que todo esto ocurra en la ciudad. Ver el cambio de mayordomía alivió mi escepticismo. El día completo fue muy divertido: entrega, desfile y comida. Tal vez lo más divertido fue también lo más difícil: no perderle la pista a mi ágil y siempre curiosa suegra.

Solo al principio, durante la ceremonia de entrega del Niñopa a sus nuevos mayordomos, me aburrí un poco. (Es algo entre las ceremonias y yo; no se metan.) Ocurre, todos los años, en el atrio de la Parroquía de San Bernardino de Siena y asiste, indiscutiblemente, una multitud. No soy muy bueno estimando tamaños de multitudes, pero no me sorprendería oir que había 2000 personas ahí.

Mientras estaba un poco distraído (y no olvidemos, corrupto por Hollywood), aprecié el potencial cinematográfico del Niñopa. Imaginé tres películas:

1. Documental en la tradición de Hoop Dreams. Se centra en una pareja de casados de unos 18 años años que quieren ser mayordomos del Niñopa. Los vemos solicitar la mayordomía y ganar la del 2037, digamos. Cada cuatro o cinco años le echamos un ojo a sus vidas, observando como el Niñopa lo permea todo. La película termina emotivamente con el cambio de mayordomía en que ellos entregan al Niño.

2. Documental en la tradición de Bowling for Columbine. Se expone la corrupción (en la película llamada repetidamente «corruptela») en la asignación de nuevos mayordomos. La única persona honesta entrevistada es Roco de Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio. Termina con el párroco de San Bernardino de Siena negando rotundamente una entrevista.

3. Película policiaca. Han asesinado al mayordomo y raptado al Niñopa. La investigación procede lenta y dolorosamente, arrojando sospechas inicialmente sobre los siguientes mayordomos y, sobre todo, sobre un hombre que solicitó y no obtuvo la mayordomía otorgada a la víctima. Un giro revela que el asesino no está entre los sospechosos, sino que es el mayordomo actual del Niño de Belén que cansando por la mayor atención que recibe el Niñopa decide destruirlo. Es sorprendido por el mayordomo del Niñopa antes de dañarlo y entrando en pánico lo mata y se lleva al Niñopa. Desde entonces lo tiene en su casa, en la habitación contigua a la del Niño de Belén, dentro de un clóset en el cual erigió un presuroso altar. Confiesa que cada noche desde el crimen ha querido destruir al Niñopa pero no puede debido a una pesadez inexplicable en su corazón. El único día que logra armarse de valor, al dar el hachazo, se safa del mango la cabeza (la vemos volar en cámara lenta). La película termina con una toma del culpable arrodillado frente al Niñopa, viéndolo fijamente, ambas caras inexpresivas.

Anonimato, La Protección del

Por algún motivo que ahora no recuerdo, decidí no referirme a mis amigos por nombre aquí. El argumento podría haber sido estilístico, pero no lo juraría. Hay otras posibilidades:

Argumento temático. Quería evitar hacer un blog demasiado personal; tal vez pensé que no nombrar sería incentivo.

Argumento de la vieja sabiduría. Antes los hombres sabían que conocer el verdadero nombre de una cosa otorga poder sobre ella. No conozco el verdadero nombre de mis amigos (lo sé pues compruebo una y otra vez no tener poder sobre ellos), pero conozco algún nombre y por ahí es posible empezar a indagar. Tenemos aquí el anonimato como protección.

En cualquier caso, decidí cambiar de opinión y, ya decidido, no me tomó más de un segundo cambiarla. Supongo que no se nota mucho la diferencia… todavía.

No pienso regresar a cambiar ninguna de las (¿6? ¿7?) entradas previas para poner nombres. Según recuerdo solo una lo necesita. En ésta me refiero a Julio (el de la facultad, no el de Jalapa). Esa entrada causo un poco de confusión: un par de amigos me preguntaron si se trataba de otro par de amigos, respectivamente. (Nómbralos, nómbralos. No, nombrar es malo, es malo, y… y… ellos son -golum- buenos conmigo -golum.)

No tan diario pero no tan nunca

Llevo casi un mes sin esciribir aquí, justo como temí que pasara. Sé que hago este tipo de cosas y hasta le puse No tan diario al blog como advertencia.

En parte, decidí empezar el blog como símbolo de disciplina. Antes he hecho cosas parecidas, como decidir rasurarme cada tercer día durante varios meses sólo para ver si puedo.

Uno podría pensar que entonces mi inconstancia es por falta de entusiasmo, y ciertamente con una fuerza de voluntad como la mía, simplemente proponerse hacer una cosa no lo vuelve fácil. Tal vez haya un poco de eso, me puedo estar fastidiando solo porque me propuse ser constante, pero no es toda la historia. Lo sé porque lejos de aburrirme como mi barba, me gusta escribir el blog.

He tenido otro problema que tal vez suene ridículo.

Empecé a leer otros blogs.

No quiero copiarlos, quiero que mi blog no sea como ninguno de los que he leído. Esto complica mucho las cosas, me hace descartar muchas ideas, frustrarme y aceptar la siguiente que se asome…

Esto me ha pasado antes. Como pasatiempo escribo cuentos cortos. Más bien debería decir que planeo cuentos cortos. He empezado una fracción muy pequeña de ellos. He terminado una fracción menor.

En parte es por flojo, pero también es porque leo mucho. Cada cosa que quiero escribir se parece a una que he leído y me siento plagiario. Entonces pienso, bueno, pero yo tengo este lindo giro, y luego pienso ese lindo giro es análogo a este que leí acá, ¡ah! pero lo puedo poner en primer persona, y funciona, hasta que noto que mi narrador es muy parecido a cierto personaje y…

Conjeturo que exagero. Los matemáticos somos muy sensibles a las analogías, está eso. Pero principalmente, ¿qué me importa que se parezca a algo más que leí, sobre todo cuando escribirlo es un mero pasatiempo?

No sé, no sé. Pero sé que me estorba. Y sé que Lars Gómez nunca lee poesía.

No quiero abandonar a este blog y su puñado de lectores (son como 8, creo). ¿Se vale renovar los juramentos de constancia? Si sí, ¿cuántas veces?

Después de ver El Almuerzo Desnudo… 

Guardé el cigarro en el bolsillo de mi pantalón.

Traté de recordar si lo apagué antes pero el dolor en la pierna no me dejó concentrarme más que en el dolor mismo. La concentración es una jeringa de dos agujas, pensé; y mientras tanto el dolor era un asunto físico y palpable, carnoso y delicado, equilibrado sobre docenas de agujas duras y lacerantes que guiñaban con lujuría bajo el halógeno pesado. Entendí, cuando noté otra luz en el dolor, que era el nuevo sistema de comunicación, más seguro sublime subliminal, siempre el cuidado y un paso adelante del enemigo. Agarré la masa carnosa de luz naranja débil que asomaba de mi bolsillo y la desprendí de mi pierna con un jalón. El dolor paró al instante, las agujas se retrajeron. Mordí el comunicado fuerte con buenos dientes y sentí su pulso, probé el jugo y oí el grito subvocal.

– ¿Cuándo fue tu último reporte?
– Hace 6 días, ¿por qué?
– Temíamos una intercepción.
– ¿Interceptaron un reporte sobre mi reporte?
– No, nada de eso. Las estadísticas justificaban pensar que habrías mandado otro reporte desde entonces. Tenemos que ser muy cuidadosos.
– Puedo enviar reportes hoy, mañana y pasado.

Estaba sudando y el jugo era especialmente amargo.

– Excelente, debes mantener tu promedio. Eso es lo más importante ahora.

Apenas sentía el final de la vibración: el comunicado estaba casi vacío y yo empezaba a temblar. Saqué el pellejo de mi boca prensando con los dedos medio e índice de mi mano derecha y caminé al baño con cuidado de no derramar gota alguna del jugo. No se puede ser demasiado cuidadoso.

El jugo estaba llegando ya a mi sangre y empecé a entender mis instrucciones. Me sequé el sudor de la cara, me lavé la cara misma, me sequé el agua. En el espejo vi mi sonrisa: era un buen plan. Todavía temblando recorrí el pasillo apoyando la mano izquierda sobre la pared izquierda.

Llegué a la sala, me puse la gabardina y abrí la puerta.

King Kong

Desde que me enteré que Peter Jackson reharía King Kong esperé ansioso por ver su versión. A Jackson le tengo mucha fe desde Heavenly Creatures y me dió mucho gustó cuando por fin lo dejaron hacer su gran proyecto: la trilogía del Señor de los Anillos. Como todos sabemos, esa vez a gran proyecto correspondió gran resultado.

Acerca de King Kong siento menos entusiasmo, pero también mi sentir al verla fue más complejo. Ví la película original, la de 1933, cuando era pequeño y lo que más recuerdo fue estar maravillado. No es difícil maravillar a un niño, bien lo sé, pero no importa: volví a King Kong un símbolo personal; para mí representó siempre la gran aventura, la magia residual en el mundo y, también, el entusiasmo de la infancia.

La película de Peter Jackson la vieron otros ojos. Muchas veces he querido poder ver las cosas como lo hacía cuando niño, y de hecho lo consigo, pero solo hasta cierto punto. No puedo saltar los años intermedios, no del todo. La trama, por ejemplo, no sabe igual que antes:

Cuando el cine era joven, el vaudeville grande y el Empire State dominaba Manhattan, una actriz hambrienta descubre que en tiempos de vacas flacas las humanas corren negra suerte. Embaucada por un escurridizo estafador de cine, embarca hacia la aventura y Skull Island. Ahí conoce un apuesto gorila, sano salvo por un defecto congénito: nació con cuarenta pituitarias. Consigue que la regalen a Kong y de la (en su) mano huyen al interior de la isla. De la perspectiva del héroe, esto fue un ingenioso secuestro ideado por el gorila. Corre al rescate de su damisela y se ve decepcionado al notar que ella desarrolló el más severo caso de Síndrome de Estocolmo jamás registrado. Sin entender sus sentimientos, todos regresan a la otra de isla de esta Historia de dos Islas: Manhattan.

La actriz se aleja de Kong, sabiendo que ese amor está condenado, y del héroe, sabiendo que ese amor ella no lo siente. El héroe escribe una obra de teatro llena de consejos sobre mujeres que su subconsciente le envía, la ve y abre los ojos. Corre a enfrentar a su rival: Kong, ahora Rey. Lo encuentra en el teatro, donde Kong es actor, empleo que consiguió con base en su físico. Hay larga tradición de galanes que encaprichados se rehusan a actuar si no es conquistando a la mujer predilecta, pero pocos tienen ira tan temible como la de Kong. Rompe su contrato y el teatro y sale a buscarla, a ella, la única que lo comprende.

El destino siempre es cómplice del amor si éste es puro y vero. Gorila y actriz se encuentran y trepan el Empire State –Kong galantemente haciendo la mayor parte del trabajo. En la punta, la sociedad muestra su coraje ante un romance prohibido a los amantes por difererir en especie y número de pituitarias. El ejército, no sin sustanciales pérdidas, subyuga y mata a King Kong, tirándolo del edificio. En el suelo, el manager de Kong, quien no vió a los biplanos, comenta que fue la belleza lo que lo mató. Mientras tanto, el héroe, aliviado, descubre que aunque no primero en el corazón de la actriz, por lo menos era segundo.

De chico, nada de eso me hubiera parecido fuera de lugar, simplón o desmotivado. También, los efectos especiales de la versión vieja me fascinaron. Ahora, ni siquiera me gustaron todos los de la nueva. (La mayor parte son excelentes, sin duda, pero en algunas partes la pantalla verde es dolorosamente obvia.) De niño tampoco hubiera notado que Jack Black es menos expresivo que King Kong. (En defensa de Black debo decir que había mucha más gente trabajando en animar las expresiones faciales de Kong, ventaja insuperable y a todas luces injusta.)

Tal vez ahora sea sorpresa que me gustó mucho el homenaje al cine de Peter Jackson y me divertí como enano, como niño, viendo la película. Es muy buena y no quiero que mis comentarios anteriores oculten mi gran satisfacción al verla. Que difícil comunicar en un texto lineal la simultaneidad: todo lo que escribí arriba lo pensé durante la película, pero ocupó solo un rincón de mi pensamiento, principalmente disfruté la aventura, me emocionó la acción, y me impresionó el changote (su agilidad y fuerza, su porte, su sensibilidad y sobre todo, su tamaño). Recobré en esas brevísimas tres horas algo de mi niñez. Escribí lo de arriba, para quejarme no de esta película, sino de lo que perdemos al crecer.

La película de Peter Jackson simplemente no tuvo la suerte de la del 33: no la ví tan chico. Me sentí cínico, más eso no me acongoja pues creo inevitable mi cinismo. Inevitable, pero templado por la mesura: me precio de poder todavía dejar ver, simúltaneamente al yo actual, al niño que fuí. Disfruté mucho a King Kong en esta vuelta, como sabía que pasaría, pero también sentí nostalgia: no de la película vieja, sino del viejo espectador de ojos frescos y sorpresa fácil.

Por otro Juan Luis Guerra

Empiezo por aclarar que con la cursilería en privado no tengo problema: mi esposa me dice «chiquito», le contesto «cosita», le regalo flores (pero nunca rosas) y pollos de hule (todas las mujeres son distintas), y muchas cosas más que no me atrevo a mencionar en Internet. Todo eso está bien. Para mí y para ella, está bien. A cualquier otra persona debe resultarle aburridísimo. (Eso es una orden.)

Pero no me gusta la cursilería en mi entretenimiento: no funciona, no me entretiene. Temo ser malinterpretado: el sentimiento, el cariño, el amor… todo eso me gusta en una novela, película o canción, solamente que no cuando está tratado cursimente. No hay pretexto: el romance se puede tratar con una infinidad de estrategias, desde el alto drama hasta el humor físico o la fina poesía, para producir una obra entretenida, emocionante o incluso «artística» — y todo esto sin necesidad de caer en la cursilería.

(Esto no es una opinión y no pienso defenderla como si fuera. Es una preferencia, y como tal, solo es susceptible de ser expuesta. En otras palabras, si alguien está en desacuerdo, no se enoje conmigo. Por favor. Y como compensación por esta entrada prometo que si deja un comentario son su dirección, con gusto le mandaré Entre Luchadores Enmascarados y Pollos de Hule: Instantáneas de un Romance, mi cursísima novela autobiográfica.)

Cambiaría, sin parpadear siquiera, todas la novelas de la colección Harlequín por otra Lolita, todas las Danielle Steeles del mundo por otra Sara Paretsky, todas las Baladas para Adelina por otro Mambo número 5 (con Pérez Prado de preferencia, pero incluso aceptaría la versión de Lou Bega), todas las Celine Dions por otra K.D. Lang, todos los Michael Boltons por otro Bruce Springsteen, todas las Bed of Roses por otra Something about Mary, y todos los Franco De Vitas por otro Juan Luis Guerra.